Se trata de un fenómeno bien conocido por los terapeutas: los enfermos mentales o bien desconocen su enfermedad, o bien la minimizan, o la niegan de forma frontal. Más allá de eso, aquellos que son sometidos a cualquier forma de terapia presentan toda clase de estratagemas para hacerla fracasar, o bien resistencias al cambio de las que ya Freud habló en el siglo pasado.
Este fenómeno de “resistencia al cambio”, es característico de la enfermedad mental y la diferencia claramente del resto de enfermedades del cuerpo. Un enfermo somático busca tratamientos, atenciones, diagnósticos y se somete – a veces de forma exagerada- a exploraciones cruentas con tal de “vencer” su enfermedad o a tratamientos con muchos efectos secundarios como la quimioterapia del cáncer. Es poco probable que un enfermo mental tome esta decisión de autocuidado por sí mismo y suele ser la familia, la policía, o los jueces quienes nos remiten al paciente. Es muy poco frecuente que un paciente acuda en busca de ayuda por su propia voluntad y si viene, es también poco probable que persista en seguir las directrices que le marcan sus terapeutas. Son frecuentes los abandonos, las desapariciones y sobre todo la escasa adherencia a los tratamientos farmacológicos.
Se trata de algo bien conocido.
La mayor parte de explicaciones que se han dado a este fenómeno son o banales o extravagantes. Aquí por ejemplo este psicólogo dice que la razón principal es porque el paciente huye del estigma psiquiátrico, mientras otros hablan de los efectos secundarios de los psicofármacos para explicar este fenómeno tan curioso de la negación de la enfermedad o anosognosia. Pero nadie ha explicado hasta ahora la razón fundamental que no es otra sino que la enfermedad, la patología mental afecta no a un órgano del cuerpo sino al Ser, al Ser-en-el-mundo y por tanto afecta al centro mismo de la persona. Mi hígado o mi riñón son órganos de mi cuerpo, pero mi mente soy Yo. Esta equivalencia entre el Yo (o el Si-mismo) y como soy o lo que soy, es la razón por la que nadie quiera abandonar su patología mental e invente toda clase de trucos para preservarla. También explica porque algunas enfermedades mentales toman máscaras orgánicas. Siempre será mejor estar enfermo del cuerpo que de la mente.
Pero para entender mejor este fenómeno hemos de adentrarnos en algunas consideraciones de la teoría del caos.
Decía Prigogyne que el caos eran islas de orden en el desorden. Para entender mejor esta frase pondré aquí un gráfico sobre las bifurcaciones:
La vida es una continua bifurcación, hemos de elegir entre esto o lo otro continuamente pero las adversidades, los traumas, las desgracias, las crianzas disfuncionales, las perdidas, o la vida social que nos ha tocado vivir (es decir todo aquello que llamamos estrés) nos obligan continuamente a elegir, o mejor a bifurcarnos. Algunas cosas nos cambian la vida sin que intervenga para nada nuestro albedrío, simplemente nos empujan más allá de ese punto en que el mundo vuelve a dividirse en dos. Nótese que estos cambios no son cambios lineales, no es que se cambie esto por lo otro, sino que el cambio bifurcado nos lleva a niveles de organización distintos a los anteriores (a un nuevo equilibrio), pues arrastran no solamente cogniciones y emociones, sino estilos de vida, obligaciones nuevas, presiones sociales distintas, etc. Crecer y madurar consiste pues en pasar de una bifurcación a otra.
Homeostasis, alostasis y carga alostática.-
La homeostasis consiste en la recuperación del estado anterior al que teníamos cuando nos sobrevino alguna circunstancia que nos obligó a cambiar. Pongo el ejemplo de la gripe. Después de una enfermedad aguda y pasada la convalencencia recuperamos el estado anterior, el que teníamos antes de la viriasis. Funciona como un muelle que después de estirarse para enfrentar la infección recuperara del todo la elasticidad y nos volviera a situar donde estábamos. La homeostasis es la situación de reversibilidad de un sistema vivo, la alcanzamos y nos recuperamos si estamos lo suficientemente sanos para hacerlo, una gripe también nos puede matar pero es posible afirmar que generalmente nuestros sistemas de adaptación funcionan bien y nos recuperamos “ad integrum”. Si usted no es diabético después de comer la glucosa asciende a niveles diabéticos pero nuestra homeostasis hace que a las pocas horas nuestro “muelle” nos lleve de nuevo a valores basales. Recuperamos la estabilidad perdida, después de una buena siesta y ayuno.
¿Pero qué sucede cuando alguna adversidad de la vida nos obliga a adaptarnos cambiando nuestro nivel de organización? ¿Qué sucede cuando perdemos un hijo, rompemos una relación sentimental o nos jubilan o despiden del trabajo?
Aquí hay una bifurcación que no es comparable a la brevedad de una gripe o la ultra-brevedad de la digestión, aquí hay que adaptarse a lo nuevo. No hay más remedio que bifurcarse y organizar allí una nueva constelación mental. Eso es precisamente la alostasis: un nuevo equilibrio.
La alostasis es precisamente lo que explica la patología mental, pero también la resiliencia y la capacidad de adaptación pero siempre tiene un peaje: ese peaje se llama carga alostática. Es decir el precio que hemos de pagar por alcanzar ese nuevo nivel de organización.
Ahora estamos en condiciones de entender porqué los pacientes mentales se resisten al cambio: lo hacen porque tienen horror a perder de nuevo la organización a la que llegaron en su día. Solo los pacientes muy motivados siguen religiosamente sus terapias y esto funciona así con independencia del sufrimiento que su patología les proporcione. Algunas patologías como la anorexia mental no proporcionan ningún sufrimiento a la paciente pero si muchas a la familia y a los médicos que las tratan pues no hay que olvidar que la anorexia mental es una enfermedad que pone en riesgo la vida pues tiene mucha carga alostática pero la alostasis que consigue la inanición no genera sufrimiento por si mismo sino una especie de adicción o de recompensa cerebral. Otras sin embargo llevan un sufrimiento continuo, sordo, con somatizaciones dolorosas, insomnios y en ocasiones reclusión social. Pero la motivación para el cambio no depende sólo del sufrimiento sino del miedo a perder la organización alostática a la que se llegó.
La alostasis es un fenómeno bipolar, por una parte nos puede enfermar (enfermamos en los cambios), pero por otra parte nos puede hacer resilientes a nuevas experiencias de cambio. Se trata de un proceso caótico donde no es posible predecir que sucederá. Tampoco es posible predecir si al enfermar lo haremos de una forma u otra.
En realidad las nuevas creencias -las que forjamos a los largo de nuestra vida y se quedan instaladas en ella- son también fenómenos alostáticos, el mismo mecanismo que nos hace enfermar es el que utilizamos para cambiar nuestras creencias. Lo interesante de las creencias es que solemos pensarlas como erupciones de nuestro genio pensador, pocas veces somos conscientes de que nuestras creencias nos vienen impuestas desde algún cercano campanario.
Como la alostasis siempre lleva un peaje (la carga alostática), lo más frecuente es que compartir ideologías sea un fenómeno colectivo donde se pierde el principio de realidad a cambio de la filiación o pertenencia. Mucha gente compartiendo una misma idea no les da la razón sino que indica que algo ha cambiado alostáticamente en el colectivo implicado. Un ejemplo que podemos observar en la actualidad es el problema identitario de Cataluña. Ser independentista es una creencia que no está basada en datos sino en emociones. A corto y medio plazo la independencia de Cataluña sería una ruína para Cataluña sobre todo. ¿Cómo es posible que existan 2.000.000 de personas que minimicen ese riesgo?
Se ha perdido el principio de realidad, nadie sabe qué pasaría mañana y lo peor: no les importa. La carga alostática que arrastran estas personas es una perdida del principio de la realidad.
No cabe duda de que las creencias existen y han sobrevivido a la marea evolutiva porque suponen ventajas adaptativas, siempre y cuando que: la creencia sea verdadera, pues si es falsa distorsiona nuestro mapa cognitivo y nos somete al error. Existen, en este sentido dos tipos de creencias, las funcionales y las sociales. En este post de Pablo Malo podemos lee las diferencias.
Para simplificar esta cuestión pondré un ejemplo, si usted cree que los osos son criaturas amigables y mansas tiene más riesgo de un ataque mortal por parte de este animal (si vive en su entorno) que si cree que es peligroso. El peligro le mantendrá a buen recaudo de sus zarpas. Creer que el oso es bondadoso es una creencia falsa y por tanto disfuncional que pone en riesgo su vida. Una creencia funcional es aquella que es verdadera.
Una creencia social por el contrario no necesita ser verdadera y se sostiene por el numero de personas que las comparten. Son disfuncionales porque son falsas: Cataluña no viviría mejor si resultara independiente. O al menos nadie lo ha demostrado con números y tasas, y sin embargo convoca a muchos creyentes, que se integran entre sí precisamente por el error de sus percepciones. En las creencias sociales nos integramos para no estar solos. Seguir al abanderado tiene recompensas cerebrales en un lugar mientras en otro nos socava el juicio de la realidad.
Y ahora vienen las malas noticias, tanto para las enfermedades mentales como para los que creen que con sentido común y persuasión pueden vencerse los errores cognitivos de las ideas: ni las enfermedades mentales ni las creencias se pueden curar, se compensan y se descompensan. Una vez cruzado el limite de una bifurcación ya no se puede volver atrás, se puede conseguir -eso si- llevar a los pacientes-creyentes a un punto de equilibrio bien lejano de ese lugar donde pueda aparecer la siguiente bifurcación, pero no es posible desandar el camino ya recorrido junto con los aprendizajes que hubiera sido necesario llevar a cabo.
Es por esta razón que visto desde la teoría del caos, las enfermedades siguen el mismo camino que las creencias, las preferencias, la comprensión del mundo y la resiliencia. No se parecen en nada en este sentido a las enfermedades somáticas, una apendicitis puede curarse extirpando el apéndice pero una esquizofrenia solo puede estabilizarse a fin de que no progrese su evolución, es decir impedir que el paciente siga bifurcando el mundo hasta dividirlo en trozos cada vez mas pequeños, allí donde habitarlo se convierte en una tarea imposible.
Nota liminar.-
Dedico este post a Manuel Hernandez Pacheco que me refrescó algunas cosas cobre el caos y sobre todo me explicó de manera fácil el concepto de “carga alostática”
Bibliografía.-
La carga alostática